Nadie salta
para quedarse donde está. El inicio del fin de la sociedad laboral
en el sentido clásico de la palabra presupone que al escepticismo
pragmático de la conciencia moderna, una conciencia vapuleada y que
se ha vuelto alérgica a falsas promesas, se le presenta una meta
alcanzable y con una fuerza de atracción palpable. No es algo que se
le vaya a injertar o a inyectar como un narcótico, sino una
esperanza dormida que vale la pena despertar. ¿Cómo? Haciendo que
lo imposible, que la ha tenido anestesiada durante varias
generaciones, haga agua y, de este modo, podamos mirar sin
avergonzarnos al estímulo oculto de lo nuevo.
Para muchos comentadores, una Europa del paro es algo así como el horror por antonomasia. Lamentan lo abstracto de la política, que, anclada en una axiomática de Estado-nación, ha perdido de vista lo que oprime y angustia a los humanos: los acuciantes problemas globales en cada lugar concreto; léase, atentados contra el medio ambiente, situación de los refugiados, pobreza, falta de vivienda, incomunicación entre las culturas y las religiones... Nadie repara en que las quejas y las acusaciones se podrían quedar sin razón de ser si, primero como ideal y luego también como work and word in progress, la sociedad centrada en el trabajo (en sentido amplio) dejara paso a la sociedad política, entendida esta palabra en un nuevo sentido, más cotidiana y enmarcada en una perspectiva cosmopolita.
El modelo alternativo de la sociedad laboral no es el tiempo libre, sino la libertad política; ni tampoco la sociedad de las actividades plurales, en la que junto al trabajo convencional se re- valorizan (y vuelven al centro de la atención pública y científica) el trabajo en casa, el trabajo con la familia, el trabajo en
ruimm o el voluntariado, pues, en definitiva, estas alternativas siguen siendo deudoras del imperialismo del valor «trabajo», i|in precisamente se trata de sacudir. Quien quiera salir del circulo de la sociedad laboral debe apostar por una nueva sociedad política (palabra ésta empleada en un nuevo sentido histórico), que encame para Europa la idea de los derechos civiles y de U sociedad civil transnacional, y de esta manera democratice
reactive la democracia. Tal es el horizonte y el sumario problemático del concepto de trabajo cívico, que intentaremos desarrollar a continuación.
También el viaje más largo empieza con un primer paso.
Ante todo, quisiera aludir a un importante malentendido. No se trata de encomiar el trabajo cívico como una fórmula milagrosa, sino de ser fieles a ese refrán chino que reza: «También r| viaje más largo empieza con un primer paso para llegar a ideas de negocios exitosos». Trabajo cívico minificaría, por tanto, política del primer paso.
Los europeos de espíritu solemos ser unos gigantes cuando se trata de narrar y representar crisis de gran calado y la fatal imposibilidad de su superación. Sin embargo, somos unos enanos cuando se trata de descubrir salidas y respuestas concretas, o simplemente de incitar a comprenderlas y ponerlas en práctica. Si algo define a la conciencia posmodema no es otra cosa que el regodeo en las crisis y desgracias. El enemigo no es la crisis, sino la idea de que ésta se podría superar. Sin embargo, este regodeo en las crisis lo sustenta un optimismo inconfeso y ciego que en, definitiva, no sabe (o no quiere) reconocer la verdadera amenaza. En cambio, el optimismo aparentemente ligero y frívolo que se manifiesta y practica en el arte de seducir desde el principio tiene su origen en el horror actual a un posible «de masiado tarde».
Los lectores
ya lo han adivinado. Se trata de una escaramuza que tiene por fin
escamotear el dolor y que hace su aparición cuando, tras la
tormenta, viene finalmente la calma y parece divisarse la paloma de
la buena esperanza para los negocios rentables.
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