Junto a la existencia de la provisión genérica, el Banco de España llevó a cabo una tarea de supervisión que en líneas generales se ha mostrado acertada. Consistió en mantener de forma permanente a numerosos equipos de inspección en los bancos y cajas de ahorros de manera que el conocimiento sobre la situación concreta de las entidades fuera bastante exacto, además de no permitirles acometer operaciones que no estuvieran claramente reguladas.
El escaso desarrollo de las operaciones fuera de balance por parte de las entidades españolas, en comparación con lo que hacían las entidades de otros países, muestra a las claras que este tipo de supervisión era mucho mejor que la que se desarrollaba en otras partes del mundo.
Junto a estos aciertos, reconocidos internacionalmente aunque de forma insuficiente según los responsables del banco emisor, hubo lagunas evidentes, producto posiblemente de la propia marcha de la economía más que de equivocaciones del propio banco.
El mayor problema de la economía española ha sido, sin duda, su sobreendeudamiento respecto al exterior, que se ha traducido en un déficit por cuenta corriente que llegó a suponer el 10 por 100 anual del Producto Interior Bruto. Empresas y particulares han sido los protagonistas de este exceso de inversión; no así el sector público, que registraba superávit. Para conseguir los recursos que pedía el sector privado, bancos y cajas tuvieron que recurrir a tomai dinero en los mercados internacionales. Cuando éstos se secaron como consecuencia del inicio de la crisis, las entidades financieras se encontraron con problemas a la hora de renegociar los vencimientos de su deuda.
Esta situación se mantiene todavía; aunque los mercado; han vuelto a funcionar, aún no lo hacen a pleno rendimiento, y, además, los bancos y cajas españoles sufren una penalización adiciona por los problemas generados por la crisis de la economía real. El elevado déficit público actual supone un problema adicional a la hora de que las entidades españolas consigan fondos del exterior, ya que el Estado tiene también que obtenerlos.
Es cierto que el Banco de España venía advirtiendo desdf años antes de que la evolución del crédito en la economía español no era sostenible. Porcentajes de incrementos anuales superiores a 20 por 100 de esta rúbrica registrados año tras año eran imposible: de mantener. Y sin embargo se producían.
Las entidades financieras explicaban que se debía a dos mo tivos. Por un lado, el estrechamiento de márgenes, derivado sobri todo de la caída de los tipos de interés activos, hacía que las enti dades se fijaran como objetivo aumentar su actividad para com pensar esta caída del margen. Por otro, el fuerte crecimiento de la economía española se basaba en la facilidad de acceso al crédito de que disponían empresas y particulares. Bancos y cajas señalaban que, si ellos no daban los créditos que se les pedían u ofrecían, habría otras entidades que sí lo harían y, por tanto, les quitarían cuota de mercado.
En estas condiciones, las recomendaciones del Banco de España para no seguir aumentando el crédito no podían ser escuchadas por los gestores, a los que se les pedían resultados crecientes de forma constante.
El escaso desarrollo de las operaciones fuera de balance por parte de las entidades españolas, en comparación con lo que hacían las entidades de otros países, muestra a las claras que este tipo de supervisión era mucho mejor que la que se desarrollaba en otras partes del mundo.
Junto a estos aciertos, reconocidos internacionalmente aunque de forma insuficiente según los responsables del banco emisor, hubo lagunas evidentes, producto posiblemente de la propia marcha de la economía más que de equivocaciones del propio banco.
El mayor problema de la economía española ha sido, sin duda, su sobreendeudamiento respecto al exterior, que se ha traducido en un déficit por cuenta corriente que llegó a suponer el 10 por 100 anual del Producto Interior Bruto. Empresas y particulares han sido los protagonistas de este exceso de inversión; no así el sector público, que registraba superávit. Para conseguir los recursos que pedía el sector privado, bancos y cajas tuvieron que recurrir a tomai dinero en los mercados internacionales. Cuando éstos se secaron como consecuencia del inicio de la crisis, las entidades financieras se encontraron con problemas a la hora de renegociar los vencimientos de su deuda.
Esta situación se mantiene todavía; aunque los mercado; han vuelto a funcionar, aún no lo hacen a pleno rendimiento, y, además, los bancos y cajas españoles sufren una penalización adiciona por los problemas generados por la crisis de la economía real. El elevado déficit público actual supone un problema adicional a la hora de que las entidades españolas consigan fondos del exterior, ya que el Estado tiene también que obtenerlos.
Es cierto que el Banco de España venía advirtiendo desdf años antes de que la evolución del crédito en la economía español no era sostenible. Porcentajes de incrementos anuales superiores a 20 por 100 de esta rúbrica registrados año tras año eran imposible: de mantener. Y sin embargo se producían.
Las entidades financieras explicaban que se debía a dos mo tivos. Por un lado, el estrechamiento de márgenes, derivado sobri todo de la caída de los tipos de interés activos, hacía que las enti dades se fijaran como objetivo aumentar su actividad para com pensar esta caída del margen. Por otro, el fuerte crecimiento de la economía española se basaba en la facilidad de acceso al crédito de que disponían empresas y particulares. Bancos y cajas señalaban que, si ellos no daban los créditos que se les pedían u ofrecían, habría otras entidades que sí lo harían y, por tanto, les quitarían cuota de mercado.
En estas condiciones, las recomendaciones del Banco de España para no seguir aumentando el crédito no podían ser escuchadas por los gestores, a los que se les pedían resultados crecientes de forma constante.
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