En la situación descrita en el post anterior, cuando el mercado se secó de golpe, aparecieron también de repente los problemas en las empresas, que vieron que ya no había giro de recursos sino por el contrario obligación de hacer frente a pagos de forma inmediata en unos momentos en los que en general estaban sobreendeudadas y cor poca liquidez. A los particulares los problemas les llegaron con ur cierto retraso, cuando el desempleo empezó a crecer de forma ace lerada y, por lo tanto, la renta disponible de las familias empezó a descender en proporciones crecientes.
Con el surgimiento de los primeros problemas empezaron a buscarse soluciones que en un primer momento podrían calificar de provisionales. Parecía que el sistema financiero español no estaba aquejado de la crisis porque no había entrado ni en las hipotecas subprime ni en las operaciones fuera de balance que tantos quebraderos de cabeza proporcionaban a los principales bancos mundiales.
Fueron meses de relativo optimismo, pues se consideraba que el sistema financiero español era inmune a esas dificultades y posiblemente los problemas financieros al final no influirían negativamente sobre la economía real y por lo tanto la crisis no llegaría tan lejos como acabó llegando. Eran los momentos en los que se veían los toros desde la barrera, aunque los indicios del estallido de la burbuja inmobiliaria eran más que evidentes dado el importante descenso en el número de transacciones que se estaba produciendo y el aumento del tiempo transcurrido desde que se ponía una vivienda a la venta hasta que ésta se llevaba a efecto.
Pero la crisis no sólo no se frenó sino que se agudizó, entrando la práctica totalidad del mundo avanzado en recesión al tiempo y contagiando al resto de los países, salvo China e India, y los países emergentes de América Latina, que vieron reducido su ritmo de crecimiento pero manteniendo tasas positivas. Y la realidad de la economía española emergió por encima de cualquier cortina de humo. Con cierto retraso respecto al resto de los países, entre otras cosas por la fuerte inyección fiscal que permitía el superávit público acumulado, pero con gran virulencia al ser una economía muy dependiente de la construcción y muy flexible en el empleo dado el elevado porcentaje de contratos temporales, la crisis económica se hizo presente en España.
Y ahí empezaron los problemas para el sistema financiero español, que hasta entonces había parecido, y de hecho lo había sido, relativamente inmune a la influencia exterior, salvo por la dificultad de obtener financiación para mantener sus créditos a empresas y particulares. De ahí que en los primeros meses de 2009, cuando se empezaba a diseñar qué hacer desde la Administración para evitar el colapso financiero que se podía producir, se fuera partidario del «manguerazo», es decir, de proporcionar dinero fresco a las instituciones de forma que éstas pudieran hacer frente a sus compromisos.
La idea inicial era que la salud de las entidades, salvo casos muy contados y delimitados, no estaba amenazada y por lo tanto que no había peligro de «riesgo sistémieo». En el mundo bancario esto podía ser cierto. Los dos grandes bancos tenían un peso importante dentro de la economía española, pero su diversificación geográfica y de negocio, y el hecho de haberse mantenido al margen de las operaciones tóxicas en el exterior, les proporcionaban un colchón suficiente para resistir los problemas que se avecinaban. De hecho lograron en 2008 colocarse a la cabeza de la banca mundial por beneficios mientras que todos los gigantes mundiales presentaban unas pérdidas multimillonarias.
Con el surgimiento de los primeros problemas empezaron a buscarse soluciones que en un primer momento podrían calificar de provisionales. Parecía que el sistema financiero español no estaba aquejado de la crisis porque no había entrado ni en las hipotecas subprime ni en las operaciones fuera de balance que tantos quebraderos de cabeza proporcionaban a los principales bancos mundiales.
Fueron meses de relativo optimismo, pues se consideraba que el sistema financiero español era inmune a esas dificultades y posiblemente los problemas financieros al final no influirían negativamente sobre la economía real y por lo tanto la crisis no llegaría tan lejos como acabó llegando. Eran los momentos en los que se veían los toros desde la barrera, aunque los indicios del estallido de la burbuja inmobiliaria eran más que evidentes dado el importante descenso en el número de transacciones que se estaba produciendo y el aumento del tiempo transcurrido desde que se ponía una vivienda a la venta hasta que ésta se llevaba a efecto.
Pero la crisis no sólo no se frenó sino que se agudizó, entrando la práctica totalidad del mundo avanzado en recesión al tiempo y contagiando al resto de los países, salvo China e India, y los países emergentes de América Latina, que vieron reducido su ritmo de crecimiento pero manteniendo tasas positivas. Y la realidad de la economía española emergió por encima de cualquier cortina de humo. Con cierto retraso respecto al resto de los países, entre otras cosas por la fuerte inyección fiscal que permitía el superávit público acumulado, pero con gran virulencia al ser una economía muy dependiente de la construcción y muy flexible en el empleo dado el elevado porcentaje de contratos temporales, la crisis económica se hizo presente en España.
Y ahí empezaron los problemas para el sistema financiero español, que hasta entonces había parecido, y de hecho lo había sido, relativamente inmune a la influencia exterior, salvo por la dificultad de obtener financiación para mantener sus créditos a empresas y particulares. De ahí que en los primeros meses de 2009, cuando se empezaba a diseñar qué hacer desde la Administración para evitar el colapso financiero que se podía producir, se fuera partidario del «manguerazo», es decir, de proporcionar dinero fresco a las instituciones de forma que éstas pudieran hacer frente a sus compromisos.
La idea inicial era que la salud de las entidades, salvo casos muy contados y delimitados, no estaba amenazada y por lo tanto que no había peligro de «riesgo sistémieo». En el mundo bancario esto podía ser cierto. Los dos grandes bancos tenían un peso importante dentro de la economía española, pero su diversificación geográfica y de negocio, y el hecho de haberse mantenido al margen de las operaciones tóxicas en el exterior, les proporcionaban un colchón suficiente para resistir los problemas que se avecinaban. De hecho lograron en 2008 colocarse a la cabeza de la banca mundial por beneficios mientras que todos los gigantes mundiales presentaban unas pérdidas multimillonarias.
Leave a comment